Entradas sin colas al Museo Grohmann en Milwaukee

Nada más franquear el vestíbulo de mármol, un fresco de 23 metros de largo –pintado por Hans Dieter Tylle– te introduce en la epopeya del progreso técnico: mineros, herreros y maquinistas cobran vida sobre un cielo de calderas y chimeneas. En la primera galería te esperan lienzos del siglo XVII, donde los tonos terrosos revelan escenas de canteros flamencos y fundidores venecianos.

Al subir la escalinata de hierro forjado (hay ascensor para quien lo prefiera), el discurso avanza hasta la Revolución Industrial. Allí destacan las obras de Ferdinand von Hagen, con locomotoras humeantes y obreros remachando calderas que parecen chispas detenidas en el tiempo. Los carteles explicativos detallan cómo el vapor multiplicó la productividad y abrió la puerta a la mecanización agrícola.

La tercera planta se centra en el siglo XX, con fotografías coloreadas de cadenas de montaje y óleos hiperrealistas de soldadores con máscaras incandescentes. Un monitor interactivo muestra la evolución de la fuerza laboral femenina, desde las fábricas de munición de la Primera Guerra Mundial hasta las líneas de producción aeroespacial.

Antes de marcharte, sube a la terraza ajardinada: 22 esculturas de bronce representan oficios universales –panaderos, impresores, viticultores– bajo una panorámica de los rascacielos de Milwaukee. Es el lugar perfecto para reflexionar sobre la huella del trabajo en la ciudad y sacar esa foto final con la humo­sa chimenea del valle de Menomonee al fondo.

En la planta baja encontrarás la tienda del museo, con grabados, libros especializados y cascos miniatura inspirados en las obras expuestas. El personal recomienda terminar la visita en la cafetería de la MSOE, a pocos pasos, famosa por sus brownies artesanales y su café de tueste local.